Cementerio Pejerrey

El día 6 de mayo de 1915 a través del decreto N° 176 del consejo superior de Higiene Pública, se autoriza el funcionamiento del Cementerio Parroquial de Pejerrey en una superficie de una cuadra cuadrada. El terreno para establecer el camposanto fue donado por don José del Carmen Guerrero, al Obispado de San Ambrosio de Linares.

El mayor número de defunciones corresponde a los primeros 50 años de su funcionamiento, periodo en el cual se constata una alta mortandad infantil de niños y niñas menores de 2 años, por lo que se establece al interior del mismo el “patio de los angelitos”, la gran mayoría de estos infantes fallecieron sin ser bautizados, lo que dio pie al establecimiento de la devoción a la Santa Cruz de Mayo, rito religioso arraigado en estos paisajes cordilleranos, donde se “viste” una cruz con flores y ramaje nativo, y se encienden fogatas y cirios para que la luz de Cristo ilumine a estos niños “moros”, muertos sin bautismo.

De acuerdo con la tradición, a los difuntos se les velaba dos noches, si éstos eran dueños de casa, y una en el caso de los jóvenes. En un pasado reciente, las niñas y los niños eran velados envueltos en una sábana blanca y sentados en una silla, a los cuales se les llamaba “ángel loro”. Sólo a los adultos se les rezaba, actividad para la cual existían especialistas conocidos como “rezadores”, y en el caso de los niños se les cantaba, por lo que era común encontrar en las distintas comunidades y localidades de la zona, cantores y rezadores, que eran desarrolladas por personas de ambos géneros, aun cuando era más tradicional que el oficio fuera ejercido por mujeres.

Hasta hace algunos años los cuerpos eran trasladados en “guandos” hasta el cementerio, dado que los caminos y las carretas con bueyes no ofrecían un transporte apropiado para tal actividad. Los “guandos” eran una especie de camilla de madera con forma de escalera donde cuatro vecinos, caminando o a caballo, cargaban el ataúd con el difunto, mientras que la comunidad acompañaba la procesión. Si las distancias eran muy largas, era necesario organizar varios turnos de cargadores, quienes iban relevándose en la tarea.

En el tránsito del “guando” desde la casa del difunto hasta el cementerio, los familiares más cercanos elegían un lugar en el camino, generalmente colindante a sus casas, para erguir un altar en conmemoración del muerto, el cual se denomina “descanso”. La peregrinación de dolientes se detenía a descansar con el féretro, se daba un responso y continuaba la marcha. En el lugar señalado, que generalmente coincidía con un árbol o algún elemento característico del paisaje, en ocasiones se delimitaba con un cerco de palos en un perímetro no superior a un metro. Junto al altar se colocaba una cruz de madera que sacralizaba el lugar y permitía a los dolientes hacer sus ofrendas al difunto, generalmente flores y velas.